jueves, 3 de marzo de 2011

La lección de Irán



Algo ha cambiado en la diplomacia norteamericana desde la llegada, primero de Obama a la presidencia, y después de Hillary Clinton a la Secretaría de Estado que se encarga de los asuntos internacionales de este país. Es indudable que EE.UU está midiendo muy bien los tiempos, declaraciones, y acciones en toda la crisis que está afectando a los países del mundo árabe como Túnez, Egipto o Libia. Esta actitud de la diplomacia norteamericana no tiene nada que ver con anteriores administraciones. Y es que, desde la crisis de Irán en 1979, el gobierno de los EE.UU ha tenido tiempo para reflexionar sobre cómo tratar una crisis en un país importante estratégicamente.


En aquella ocasión, los norteamericanos se posicionaron con el Sha Mohammad Reza Pahlevi y contra el sentir del pueblo iraní. A resultas de aquella decisión, los EE.UU perdieron un importante aliado en la zona, además de uno de los mayores productores de petróleo del mundo que desde entonces no ha dejado de financiar grupos terroristas por todo el mundo.


Desde hace décadas EE.UU ha estado apoyando, en mayor o en menor medida, a los dirigentes de Túnez (Ben Ali y a su esposa la controvertida Leila Trabelsi), de Egipto (Hosni Mubarak y familia) y Libia (Gaddafi e hijos). La razón para estar al lado de todos estos dirigentes déspotas la encontramos en la creencia de que esos mandatarios eran los garantes de la paz y el orden en una zona que podría caer en manos de los islamistas si no se gobernaba con mano dura. De nuevo el fantasma de Irán parecía regir los designios de la diplomacia americana. En Egipto, por ejemplo, el estado de excepción que daba plenos poderes a Mubarak duró treinta años.


La falta de libertades democráticas en países con una clase media en construcción, pero que tiene acceso a Internet y que tiene una ventana al mundo exterior gracias a las antenas parabólicas, ha provocado la revuelta en muchos de esos países. La liberalización económica si no va acompañada de unas mayores cuotas de liberalización democrática provoca que el poder se perpetúe y que pase de padres a hijos. Además, la corrupción se extiende y las desigualdades crecen a un ritmo vertiginoso.


Todo lo antes expuesto lo ha visto venir EE.UU. En el caso de Túnez y de Egipto ha dejado que todo se precipite, mientras la diplomacia trabajaba en la sombra para encontrar una solución rápida que no afecte a los intereses americanos en la región. Pero, por primera vez en muchos años, una revuelta en un país árabe no acaba con la quema de banderas estadounidenses. Algo está cambiando. Tal vez la razón esté en que es una mujer quién controla las relaciones internacionales de EE.UU. Y es que Hillary, es mucha Hillary.

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